La Cuna de los Vientos
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    Dice Pedrag Matvejeviç en su “Breviario mediterráneo” que a los hombres de estas orillas les gusta mucho más hablar del viento que del mar; por eso puede ser que en el origen de los relatos más antiguos, aquellos que han servido para dar forma a la imaginación y al tiempo, estén los vientos.

    Siempre representados con forma humana, ancianos o jóvenes, portadores de fruta, fatigados o sonrientes, con las mejillas infladas y alas. Pese a su destino errante, debieron de tener como el resto de los humanos una cuna.

     

    La cuna de los vientos

    Según un mito alimentado por largos siglos fue el mismo Eolo, piadoso y justo, quien enseñó a los navegantes el arte y uso de las velas, que él mismo anima poderoso e invisible. Así lo cuenta Diodoro de Sicilia. Leyenda que se pierde en el ancho mar del tiempo, y a la que dio voz el inmortal Homero en el primer gran poema de la navegación y el regreso. Hace falta valor para adentrarse en el mar, navegar y encontrar un destino, pero los pueblos no son verdaderamente marineros hasta que no saben encontrar el camino de regreso a casa. Homero lo sabía bien y quiso conjurar el miedo de los hombres del mar dejando en las palabras la incertidumbre y el temor a no regresar, los mil peligros que acechan al navegante cuando intenta volver. La Odisea es la historia del regreso posible y de la superación de todas las penalidades del mar:

    “Arribamos a Eolia, la isla en que tiene su sede un varón de los dioses querido, el Hipótada Eolo; es aquella flotante. Doce hijos allí en su morada nacieron a Eolo, seis varones y seis hembras: él dióles por mujeres a aquellos sus hijas y un día tras otro comen todos en casa del padre y la madre su esposa. Infinitos manjares hay siempre en la mesa; el aroma de la grasa desborda el hogar donde suenan los cantos todo el día; las noches descansan al lado de aquellas venerables esposas en lechos con ricos tapetes.

    A esta villa y hermosos palacios llegamos nosotros y hospedónos allí todo un mes; preguntó largamente por Ilión y la naves aqueas y la vuelta de Troya y fielmente le fui contestando yo a todo, más luego le pedí que me dejara partir y ayudara mi vuelta a la patria y él nada rehusó, me otorgó toda ayuda: desollando un gran buey que cumplía nueve yerbas, un odre fabricó con su piel y en su seno apresó las carreras de los vientos mugientes, que todos los puso a su cargo el cronión para hacerlos cesar o moverse a su gusto. Con un hilo brillante de plata atólo ya dentro del bajel, por que no se escapara ni el aura más tenue, sólo al céfiro dejó que soplase ayudando a mi flota y mi gente en la ruta.”(Odisea Canto X, 10-28)

    Ulises llega a avistar las costas de su patria, pero sus hombres desatan el odre y acarrean el infortunio. No puede extrañar que todos los pueblos hayan creado mitos en torno al viento, como los han creado en torno a tantos elementos y fuerzas de la naturaleza que el ser humano ha querido siempre controlar y tener bajo su poder. Primero usaron la magia, mitos y leyendas sirvieron para conservar rituales antiguos y fueron empleados para buscar una explicación a todo aquello cuyo origen, causa y modo se les escapaba. Después habría de llegar el desarrollo del pensamiento racional y con él los anchos caminos que proporcionó la ciencia. El hombre, para vivir, necesita comprender, necesita conocer. Es natural que cada pueblo haya elaborado su propia cosmogonía, su propia mitología su explicación del mundo y también del inextinguible viento. Fuerza desatada, mínima o espantosa, favorable o enemiga, misteriosamente invisible que necesita del espejo de las velas desplegadas para poderse mostrar.

    Esta condición fabulosa del viento es la que da pie al mito de su origen. Hesiodo relata en su teogonía el nacimiento de los vientos y el porqué de su naturaleza diferente:

    “La Aurora infantó después de acostarse con Astreos, a los vientos de robusto sopló: el Céfiro que aclara el cielo; el Bóreas de rápido curso y el Noto. Después de los vientos, la diosa del amanecer parió a la estrella de la mañana y a los astros refulgentes que coronan el cielo” (Hesiodo, Teogonía 375-380)

    De Eos, la aurora, la hermosa luz del día, y de Astreo, el fulgor de la noche, nacieron los vientos provechosos y amigos; Céfiro, el viento del oeste; Bóreas, el viento del norte, el Noto, que sopla desde el sur y el Euro, que sopla desde el este y que dio nombre a las tierras del este en las que vivía, Europa. Y luego están aquellos a los que ni siquiera se les quiere dar nombre: son los vientos salvajes nacidos del cadáver del monstruoso Tifeo, origen de nuestra palabra tifón. Vientos inconstantes que soplan furiosos a capricho. Tifeo, el espantoso hijo de Gaia, la tierra, y del terrible Tártaro, con sus cien cabezas de serpiente y sus ojos que despiden fuego, fuerza del caos primordial que amenaza la tierra, como su hermano Hefesto, señores del viento y de la llama. Tifeo será destruido por Zeus para restaurar el orden cósmico y poner fin a las luchas del Olimpo. Zeus se convertirá en el rey de los dioses pero los vientos salvajes recorrerán para siempre la tierra:

    “Según se dice, Tifeo, el viento impetuoso y terrible, unióse por amor con esa doncella de los ojos vivos, Equidna, mitad cuerpo de mujer, mitad de serpiente, que vive en el interior de la tierra, y de ambos nació una prole numerosa y esforzada. Equidna empezó por poner en el mundo a Ortos perro de Gerión. Después parió un horrible monstruo, cuyo solo nombre espanta el feroz Kerberos, perro de Hades implacable y fuerte con voz de bronce y cincuenta cabezas” (Hesiodo, Teogonía 295-310)

    Carácter espantoso de Tifeo y su descendencia, asociados a lugares terribles, al mismo Hades y al fuego del interior de la tierra. Viento y fuego que encontraron un hogar en las singulares islas Eolias, hoy archipiélago de Lipari, en el Tirreno meridional al norte de Sicilia frente al cabo Milazzo. Allí tuvo su morada Eolo, señor y administrador de todos los vientos:

    “Arribamos a Eolia, la isla en que tiene su sede un varón de los dioses querido, el Hipótada Eolo; es aquélla flotante y un muro irrompible de bronce la defiende en rededor; lisas suben del mar las escarpas” (Odisea Canto X.1).

    Virgilio, después de Homero, continuará alimentando esta tradición antigua:

    “Eolia, patria de las tempestades, lugares henchidos de furiosos vendavales; allí el rey Eolo, en su espaciosa cueva, rige los revoltosos vientos y las sonoras tempestades y los subyuga con cárcel y cadenas; ellos indignados braman, con un gran murmullo del monte alrededor de su prisión. Sentado está Eolo en su excelso alcázar, empuñando el cetro, amansando sus bríos y templando sus iras, porque si tal no hiciese, arrebatarían rápidos consigo los mares y las tierras y el alto firmamento y los barrerían por los espacios; de lo cual temeroso el padre omnipotente, los encerró en las negras cavernas y les puso encima la mole de altos montes, y les dio un rey que, obediente a sus mandatos, supiese con recta mano tirarles y aflojarles las riendas.” (Eneida I, 50-64)

    En Lipari, la mayor de las islas eolias, se supone que estaba su palacio. Las otras islas son Stromboli, Vulcano, Alicudi, Filicudi, Dattillo, Salina, Vulcanelo, Panarea, Basiluzzo, Lisca, Bianca. Islas barridas por el viento, patria y hogar de marineros sagaces que han aprendido a interpretar los vientos observando los delicados cambios que se producen en las columnas de humo que exhalan los volcanes de su tierra “quando Stromboli fa fanali o è sciroccu o è maestrali”, (cuando Estromboli tiene la luz de un foco, se avecina el maestral o el siroco). Tradiciones más antiguas que la memoria de unos marinos milenarios. A estas islas debieron de llegar habitantes en época muy temprana. En el neolítico ya estaban pobladas. Lipari fue el centro de un floreciente comercio de obsidiana. Escala también en la ruta micénica del estaño, su posición estratégica les garantizó el continuo ir y venir de pueblos, no sólo desde la cercana Italia, sino también la posibilidad de estrechos contactos con el Egeo, probablemente ya en el primer milenio. Debió de ser entonces cuando el misterio de la lejanía, el fuego y el viento construyó en las islas la morada de Eolo y comenzaron a forjarse las leyendas.

    Cruce de los caminos del mar, los mitos se superponen dando pie a la ambigüedad que alimenta las historias más fantásticas. Eolo, rey de los vientos, quizás trasunto de algún habilísimo marinero conocedor de las cualidades de los vientos, dios al que Hesiodo olvida nombrar pero al que los navegantes hacen votos para que les sea propicio. Personaje poderoso pero de naturaleza ambigua, padre de seis hijos y seis hijas que coinciden con los doce vientos, a los que casó entre ellos y engendraron aquellos vientos que, encadenados en el interior de la tierra, braman asustando a los marinos. No es un dios, pero los propios dioses han de recurrir al él :

    “Entonces Juno suplicante se dirigió a él con estas razones: -Oh Eolo, a quien el padre de los dioses y rey de los hombres concedió sosegar las olas y levantarlas con los vientos. Una raza enemiga mía navega por el mar Tirreno llevando a Italia su Ilión y sus vencidos penates. Infunde vigor a los vientos y sumerge sus destrozadas naves o dispérsalas y esparce sus cuerpos por el mar… Eolo respondió: A ti corresponde, oh reina, ver lo que deseas; a mí tan solo obedecer tu mandato. Por ti me es dado este mi reino, por ti el cetro y el favor de Júpiter; tú me otorgas sentarme a la mesa de los dioses y me haces árbitro de las lluvias y de las tempestades. Apenas hubo pronunciado estas palabras, empujó a un lado con la punta de su cetro un monte hueco, y los vientos, como en escuadrón cerrado, se precipitan por la puerta que les ofrece y barren la tierra en violento torbellino. Cerraron en tropel contra el mar y lo revolvieron hasta sus más profundos abismos el Euro, el Noto y el Ábrego, preñado de tempestades, arrastrando a las costas enormes olas.” (Eneida I, 50-70)

     

     

    Eolo es señor de todos los vientos pacíficos y desastrosos que llegan a confundirse en el tiempo. Vientos perennes en la torre que Andrónico de Cirretres levantó en Atenas, curiosamente coronada por el Tritón de Neptuno que giraba ágil en la dirección del viento que soplaba: el Noto o Austro que sopla desde el sur, viento caliente de finales del verano que trae el otoño de la mano; el Bóreas, señor del frío invernal que habita en la tierras del norte; el Céfiro, suave portador de las brisas de la primavera y del principio del verano; el Euro, viento del este que favorece el calor y la lluvia .Y luego los vientos menores, el Cecias o Aquilón que arroja el granizo y es representado como un anciano descalzo con alas y barba, y que sopla desde el noroeste; el Apeliotes, viento del sureste que hace madurar las frutas y el trigo, habita cerca del sol y es joven y fuerte cargado de frutas; el Coro, viento del noroeste, frío y seco, anciano de cabellos desordenados; y el Ábrego, que sopla de suroeste, joven descalzo que dirige la popa de los barcos y a quien se representa con uno en la mano. A veces el nombre de los vientos que soplan en direcciones próximas se confunde, mudan sus nombres con los días, pero a todos ellos se les rinde tributo y hasta se le ofrecen sacrificios. Los atenienses se los realizaban al Bóreas, al que consideraban salvador de su patria, pues había destruido la flora persa.

    No es posible vivir ni navegar el Mediterráneo sin atender a los vientos, de ellos dependen los hombres y los dioses:

    “Sumamente irritado, Neptuno desde el fondo del océano sacó su cabeza por encima de las olas mirando a su alrededor. Contempla la armada de Eneas esparcida por todo el mar y a los troyanos acosados por la tempestad y por el estrago del cielo. No se ocultaron al hermano de Juno los engaños y las iras de ésta y, llamando así al Euro y al Céfiro, les habla de esta manera: ¿Tal soberbia os infunde vuestro linaje? ¿Ya, oh vientos, osáis, sin contar con mi permiso, mezclar el cielo con la tierra y levantar tamañas moles? Yo os juro…, mas antes importa sosegar las alborotadas olas; luego me pagaréis el desacato con sin igual castigo. Huid de aquí y decid a vuestro rey que no a él, sino a mí, dio la suerte el imperio del mar y el fiero tridente. Él domina sus ásperos riscos, morada tuya, oh Euro. Que Eolo se jacte en aquella mansión y reine en la cerrada cárcel de los vientos.” (Eneida I, 120-130)

    ¡Eolo, rey de los vientos, capaz de rivalizar con el terrible Poseidón, dios del mar! Eolo poderoso señor, dueño de todos los espacios y de las fuerzas invisibles, que alteran la vida de los hombres, acercan y separan, fertilizan o destruyen. Eolo, a quien Zeus dio poder y morada desde el principio de los tiempos en una isla pequeña, en el corazón del Mediterráneo.