El viento del norte es cruel en cualquier lugar; para todos los pueblos
significa frío y soledad. Inevitablemente asociado al invierno,
también lo está a la desolación. Todo parece frágil
en sus manos, las figuras se hacen pequeñas y se desdibujan como
si estuvieran hechas de niebla cuando las envuelve el inclemente norte.
El día que la enterraron cayó una intensa nevada. Por la
noche fui al cementerio. Soplaba un viento helado de invierno y a mi
alrededor reinaba la soledad. No había miedo de que al imbécil
de su marido se le hubiera ocurrido vagar por allí, a tan altas
horas, ni de que a ninguna otra persona se le hubiera perdido nada por
aquellos parajes. Así que estando solo como estaba y consciente
de que toda la barrera que nos separaba eran casi dos metros de tierra
removida me dije: “¡He de volver a tenerla entre mis brazos!
Si está muy fría pensaré que es a causa del viento
norte que me hiela, y si no se mueve creeré que está dormida”.
Cogí un azadón del cobertizo de las herramientas y comencé
a cavar con todas mis fuerzas hasta arañar el ataúd. Entonces
continué el trabajo con mis propias manos, y la madera empezó
a crujir por la parte de los tornillos. Estaba apunto de alcanzar mi
objetivo cuando me pareció oír un suspiro de alguien que
se inclinaba sobre mí al borde de la tumba. “¡Si
pudiera levantar esto! –murmuré-, ¡ojalá nos
echaran la tierra encima a los dos!” Y me afané más
desesperadamente todavía. Noté otro suspiro casi junto
a la oreja, y creí sentir un cálido aliento abriéndose
camino entre la ventisca de aguanieve. Yo sabía que no podía
andar por allí ningún ser de carne y hueso pero, de la
misma manera que se puede percibir en la oscuridad cuándo el
cuerpo de alguien se aproxima a nosotros, aunque no pueda ser divisado,
con la misma seguridad sentí yo que Cathy estaba allí,
no debajo de mí, sino sobre el suelo.
Una súbita sensación de desahogo me subió desde
el corazón e inundó todo mi ser. Interrumpí mi
agónico trabajo y de repente me encontré consolado, inefablemente
consolado. Su presencia me acompañaba; y siguió acompañándome
todo el tiempo que tardé en llenar la fosa y en volver a casa.
Ríete si quieres, pero estaba seguro de que la iba a ver allí;
seguro de que venía a mi lado, y no podía por menos hablar
con ella.
Cumbres borrascosas.Emily Brontë.
|