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Las Islas
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    A las islas se les adjudican rasgos «humanos, demasiado humanos»: son como nosotros mismos, apacibles, desconocidas, yermas, misteriosas, poco hospitalarias o acogedoras, desiertas, volcánicas, malditas y a veces también – no nos importa repetirlo – felices. Algunas de ellas están sobrecargadas con un oneroso fardo del pasado, que hace peligrar su equilibrio. Las que no consiguen inscribirse en el protocolo de la costa permanecen siempre huérfanas, solitarias o disidentes. Los arrecifes que rodean sus accesos han inspirado relatos emocionantes o terroríficos, conservados o acentuados por la superstición o la mala fe.

    La mayoría de las islas, grandes o pequeñas, viven a la espera del acontecimiento (que, por lo demás, en ocasiones ya se ha producido). En los muelles se permanece al acecho de la llegada de un barco: un simulacro de espectáculo, una sospecha de aventura. Islas.

    El Mediterráneo y Europa Pedrag Matvejevic.

     

    Origen de las islas

    Al ver los grandes trabajos geológicos llevados a cabo por el choque de las olas contra el litoral de las diversas partes del mundo, frecuentemente se han preguntado los sabios cuál es la parte que corresponde al mar en la formación de las islas. Entre las tierras sembradas por la superficie del Océano, dispuestas unas en grupos o series, otras completamente solitarias, es difícil distinguir las que el mar ha separado de los continentes y las que en todo tiempo han existido aisladas como mundos aparte. ¿Es posible, en el estado actual de la ciencia, intentar una clasificación de las islas según su origen? Sí; puede acometerse esa empresa. Pidiendo auxilio a los recursos nuevos que la botánica y la zoología ofrecen a la geografía física, lícito es afirmar que tarde o temprano podremos indicar con certidumbre la manera de formación y la edad relativa de cada tierra oceánica.

    Es evidente, por lo pronto, que islas, islotes y escollos peñascosos que estén junto a las costas son dependencias naturales de los continentes, de los cuales geológicamente forman parte. En la base de las altas montañas que proyectan mar adentro cabos avanzados, semejantes a las raíces de una encina, puede verse en varios sitios que se prolonga bajo la superficie del Océano la cresta de los eslabones laterales. El perfil de las alturas continentales se va rebajando gradualmente; a los montes suceden las colinas y luego el promontorio de rocas cuyas fragosidades se sumergen bajo la capa de agua. Un insignificante estrecho, simple escotadura donde se encuentran las olas, separa el cabo de una isla menos elevada, pero más allá se abre ancho canal, y la cima que aparece en la superficie, al otro lado del valle submarino no es más que una aguja de roca. Más allá se extiende la alta mar, donde los escollos sumergidos, si existen, no se delatan más que por la espuma que blanquea. En todas las costas abruptas, esos islotes pertenecientes a la arquitectura primitiva del continente son muy numerosos y en ciertos parajes forman verdaderos archipiélagos. Noruega, la Escocia occidental, la Patagonia chilena y todas las comarcas donde los fjords convierten el litoral en inmenso laberinto, están ribeteadas de innumerables islas que tienen también sus escotaduras, sus estrechos y sus cinturones de islotes, y es que, desde la desaparición no muy lejana dé los ventisqueros que llenaban todo el espacio comprendido entre los circos de las mesetas nevadas y los promontorios exteriores, el relieve primitivo ha cambiado poco ; los aluviones terrestres traídos por los torrentes han regado muy pocos valles, y las bases de islas y cabos, sumergidas harto profundamente en las aguas, no han podido servir de punto de apoyo a aluviones marinos semejantes a los que se extienden en las costas bajías. Las rocas aisladas (rodeadas en otro tiempo por los hielos, como lo está hoy el jardín del Monte Blanco) yérguense ahora en medio del agua, pero no por eso dejan de ser aristas del relieve continental; en aguas menos hondas, donde el juego de los aluviones marinos hubiera podido influir más, tiempo ha que estarían unidas a la ribera.

    Entre las islas que deben ser consideradas como simples dependencias de las grandes tierras próximas, hay que mencionar también, no sólo las que han sido elevadas por aluviones marítimos o fluviales, simples bancos salientes que suelen encontrarse a lo largo de las costas bajas y cerca de las desembocaduras de ríos, sino también las islas que se deben, ya al levantamiento, ya al hundimiento gradual del suelo. Por ejemplo, la serie de médanos insulares que defiende el litoral de Vrísia y Holanda contra los ataques del mar del Norte, desde Wangeroogc al Texel, es seguramente el resto del antiguo litoral y señala mejor aún que las orillas medio sumergidas del Dollart y de Zuiderzee, el verdadero límite entre tierras y mares. Por un fenómeno inverso, las costas de Escandinavia, que se enderezan lentamente por encima de las olas, se han enriquecido con islas nuevas en el transcurso de la actual época geológica. En el dédalo de los fjords noruegos, en las islas Lofodcn, en el archipiélago de Cuarken, ciertos escollos ocultos se han convertido en rocas visibles y luego en extensas islas, donde la vegetación terrestre ha sustituido a las algas. Mientras el continente ganaba terreno al mar, surgían de trecho en trecho islotes que se extendían sobre el agua, como hojas de planta gigantesca. Las rocas insulares suben lentamente desde el fondo del Océano, levantadas por la misma fuerza .que influye en el continente próximo. No se ha verificado ese fenómeno únicamente en las costas de Escandinavia. Acaso la gran isla de Anticosti, que alcanza en el golfo de San Lorenzo una longitud de más de 200 kilómetros, es una de esas tierras que se han levantado lentamente, porque, según el testimonio de Yule Hind, no hay en los valles graníticos de sus colinas ni serpientes ni batracios como en las costas del Labrador y del Canadá. Si es así, no puede suponerse que Anticosti haya estado nunca en comunicación con el continente de América; ha debido de surgir del agua como los islotes del litoral escandinavo.

    No ha ocurrido lo mismo con la Gran Bretaña ni con la mayor parte de las islas cercanas al contorno de las masas continentales. Es seguro que Inglaterra formó parte de Europa en otro tiempo. Lo demuestra la concordancia perfecta entre una y otra orilla del Paso de Calais, y también son prueba de ello la fauna y la flora de la gran isla británica, cuyos animales y plantas silvestres son colonos procedentes del mundo vecino; ni una sola especie pertenece en propiedad como producción espontánea al suelo de la antigua Albión. Del mismo modo fue separada Irlanda de Inglaterra durante el actual período geológico y alrededor de las dos islas principales se han aislado también en el agua numerosos fragmentos secundarios, como Wight, Anglescy y las Sorlingas.

    Muchas islas situadas, como Inglaterra e Irlanda, cerca de los continentes, son también residuos que las olas, auxiliadas tal vez por el hundimiento gradual del terreno, han separado de las riberas de tierra firme. El magnífico archipiélago de la Sonda, las Molucas y las islas próximas a Australia presentan el más notable ejemplo de esa división de las masas continentales. Un canal de 30 kilómetros de ancho ;y una profundidad de 200 metros pasa entre las dos grandes islas de Borneo y Célebes y prolongándose en dirección al Sur separa las dos tierras volcánicas, muy próximas una a otra, de Bali y de Lombok. Ese canal es el antiguo estrecho que servía de límite común al Asia y al continente austral. Al Oeste, Java, Borneo, Sumatra, la península de Malaria y el Cambodge descansan en una meseta submarina que se extiende a 60 ¡metros escasos debajo del nivel del mar. Al Este, Sumbava, Flores, Timor, las Molucas, Nueva Guinea y Australia se encuentran también encima de una especie de pedestal que se ha ido hundiendo, y sobre el cual construyen los zoófitos largas barreras de escollos. Según demuestra el naturalista Wallace con sus investigaciones en el archipiélago indio, todas las especies animales y vegetales difieren completamente a cada lado del canal de separación; fauna y flora son asiáticas al Oeste, y al Este, presentan tipo australiano; hasta las aves, para quienes sin embargo no es gran obstáculo un estrecho de pocas leguas de anchura, son distintas en cada grupo de islas.

    Por lo tanto, debemos ver en los archipiélagos australianos los residuos de una gran masa continental que se partió en numerosos fragmentos en época más o menos remota Lo mismo podemos decir de las islas del mar Egeo, de las de Dinamarca, del archipiélago polar del Nuevo Mundo, del dédalo de las islas magallánicas y de la mayor parte de las tierras rodeadas de aguas poco profundas cerca de las costas. Respecto a las grandes islas del Mediterráneo, Chipre, Creta, Sicilia, Cerdeña, Córcega y Baleares, también deben de ser restos de comarcas más extensas unidas a aquellas partes del mundo que son hoy Asia, Europa y África, porque aunque que esas tierras, excepto Sicilia, surjan todas del fondo de abismos cuya profundidad media es de 1.000 ó 2.000 m, las especies fósiles y vivas de las islas mediterráneas no difieren de las de los continentes vecinos y en éstos se ha de buscar, por lo tanto, su origen. Desde el punto geológico, puede decirse que las tierras de la cuenca occidental del Mediterráneo, España, Provenza, Italia, Túnez, Argelia y Marruecos forman con las islas vecinas un conjunto más distintamente determinado que la Europa Central desde el estrecho de Gibraltar hasta las orillas del Caspio. A pesar de los abismos que las separan, las costas situadas unas frente a otras a cada orilla del mar Tirreno han conservado una fisonomía parecida en terreno, fauna y flora.

     

     

    Las islas mediterráneas pueden ser consideradas también, ya como dependencias de los continentes vecinos, ya como restos de antigua tierra, que el mar tragó en parte. De todos modos, existen en medio del mar masas insulares, en las cuales los geólogos no pueden ver más que testigos de espacios continentales ¡que desaparecieron. Madagascar, por ejemplo, aunque muy próxima a África, parece una especie de mundo particular, con fauna y flora propias, poseedora de familias enteras (sobre todo de monos y de serpientes) que tienen más representantes en el planeta. ¡Cosa extraña! También la isla de Ceilán, medio reunida con el Indostán por los escollos, islotes y bancos de arena de Puente de Rama, difiere mucho de la península vecina en la fisonomía general de sus animales y plantas y quizá, en vez de ser una simple dependencia de Asia, sea el único residuo de algún antiguo continente que se extendía en lugar del Océano Índico y comprendía a Madagascar, las Seychelles y otras islas, ahora casi imperceptibles en el mapa.

    Entre los fragmentos de mundos desaparecidos hay que mencionar también la mayor parte de las Antillas y Nueva Zelanda. Las grandes Antillas presentan con las tierras de la América del Norte contraste más notable aún que el de Ceilán y la península del Ganges. Por el relieve y naturaleza de los cimientos geológicos Haití y Jamaica no se parecen nada a las tierras bajas del litoral americano situado al otro lado del golfo; sus especies animales y vegetales difieren notablemente de las del continente vecino, aunque vientos, corrientes, aves viajeras y hombres vienen coadyuvando desde hace muchos siglos a llevar de una orilla a otra animales y plantas. Respecto a Nueva Zelanda es ése un mundo completamente distinto, cuya flora y fauna tienen un carácter esencialmente original, ni sus especies fósiles, ni las vivas se parecen a las de Australia o América del Sur. Así es que la mayor parte de los sabios siguen el parecer de Hochstetter, que ve en Nueva Zelanda y en la isla de Norfolk.

    Los fragmentos de un continente aislado desde la más remota antigüedad geológica. Así como la Gran Bretaña puede ser considerada como tipo de las islas separadas apenas del continente vecino, su hermosa colonia de los antípodas representa un mundo antiguo reducido gradualmente por las erosiones del mar y los hundimientos a las dimensiones de un simple grupo insular.

    La forma actual de las islas permite a veces conocer cuál era su forma anterior, cuando ocupaban espacio mucho más considerable. Por su relieve y sus ramificaciones, las aristas montañosas indican de un modo general su primera configuración; son como fragmentos de un esqueleto en torno al cual se construyen con el pensamiento los contornos del antiguo cuerpo continental. Además, muchas de esas islas, de las cuales no queda más que la osamenta primitiva, y cuyas llanuras han desaparecido, están recortadas dé la manera más extraña y sus riberas presentan caprichosas sinuosidades. Por ejemplo, Choa Canzuni, en el archipiélago de las Comores, es un grupo de dos islas macizas unidas por una especie de pedículo; Nosi Mitsiú, en los mismos parajes, parece el tronco de dos ramas rotas; Célebes y Gilolo, notables por el paralelismo de sus golfos y sus promontorios, parecen haber sido construidas por el mismo modelo, y lo que se sabe de la dirección de las montañas de Borneo permite creer que si esa gran isla se sumergiera en las aguas, sus riberas se asemejarían por la forma de sus contornos a las de sus dos vecinas del mar de las Molucas.

    Además de los fragmentos de masas continentales antiguas o modernas, todos los relieves que surgen de la superficie del océano son islas edificadas por los zoófitos o volcanes rechazados por el fondo del mar; ése es sin excepción el origen de las tierras salientes. Sabemos que unas están dispuestas como arrecifes anulares, formados por otros anillos de menores dimensiones, mientras los conos de lava que se yerguen en alta mar elevan altivos fuera de las olas sus laderas encorvadas en forma de escarpas y revelan la independencia de su origen con un declive que se prolonga con regularidad por debajo del agua. Puede verse, según demuestra el volcán de Stromboli, y más todavía el de la isla de Panaria, que las olas no dejan de suavizar las pendientes submarinas, distribuyendo en lontananza las lavas y cenizas arrojadas por los cráteres.

    Comparadas con las tierras de origen continental, las verdaderamente insulares, compuestas de lavas o construidas por los corales, tienen escasa extensión. Parece que, según la disposición general del globo, la separación debió de ser al principio mucho más determinada entre el mar y los espacios que surgen. Por una parte, mucha tierra seguida; por otra, océanos desiertos; ésa debió de ser la distribución natural; pero el trabajo incesante llevado a cabo en nuestro planeta, como en todos los astros del cielo, ha modificado hasta lo infinito la forma de los relieves continentales y de las cavidades que los separan. Así como con lluvias y nieves el mar ha sembrado con lagos las regiones que se alzan sobre su nivel y ha trazado los innumerables valles de las aguas corrientes, del mismo modo las tierras han dado al Océano millares de islas e islotes que con tanta gracia varían su superficie. Los aluviones de los ríos; el poder erosivo de las olas; las fuerzas interiores que levantan o deprimen lentamente vastas comarcas y hacen brotar bruscamente conos de lava, y los innumerables organismos que hacen trabajar a las sustancias contenidas en el agua marítima, todos esos agentes geológicos han obrado de concierto para sembrar por el mar islas de formas y tamaños diversos ora amontonadas, ora en grupitos o completamente aisladas. Después los vientos, las lluvias, las truenos y otros meteoros atmosféricos, las corrientes Oceánicas, el flujo y el reflujo, las ondulaciones de las olas, cuanto se mueve y flota en el agua y en el aire (aves y peces, algas y madera, espuma y polvo), no han dejado de obrar directa o indirectamente para introducir la vida en esas islas pobladas de especies animales y vegetales y preparar así residencia para el hombre.

    Los océanos. Eliseo Reclús.