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La ciencia del Norte
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    La aventura es una cuestión de pasión, de amor a lo desconocido, del deseo irrefrenable de aprender, de encontrar lo nuevo, de seguir comprendiendo, de aceptar el reto de la inteligencia gobernando la voluntad. Desde la antigüedad aventura y conocimiento conviven en el corazón del hombre. Se cuenta que Empédocles sintió tal curiosidad por conocer el interior del volcán Etna que, acercándose demasiado terminó por caer en su interior, sucumbiendo así a su pasión por el conocimiento. Más fiable es la información sobre la muerte de otro gran curioso, Plinio el Viejo, cuando quiso observar más de cerca la devastadora erupción del Vesubio que arrasó Pompeya y Herculano y cuyos gases le provocaron la muerte por asfixia.

     

    La ciencia del norte

    El cielo, la aurora boreal, la Tierra y el Universo que nos rodea. Grandes misterios que vamos comprendiendo y muchos que todavía ignoramos. Junto a ellos, un pequeño ser, humilde pero persistente, lucha por desvelar algunos de estos secretos. Sorprendentemente nuestro protagonista, perdido en la inmensidad del espacio y el tiempo, es en sí mismo otro universo; cada átomo, cada célula, cada órgano que lo forma es un mundo por descubrir. Desde tiempos muy remotos, el hombre buscó las respuestas que deseaban conocer. Unos exploraron el hombre y el entorno que le rodea. Otros dirigieron su mirada a los cielos para contemplar estrellas y planetas, situados en algunos casos a años luz de distancia. Para conocer todos estos hechos emprenderemos un viaje que nos llevará desde el sur hasta el norte de Europa, luchando contra los fuertes y glaciares vientos boreales.

    El universo interior

    Uno de los primeros temas que preocupó al hombre fue el de la enfermedad y la muerte. Ya en el Antiguo Egipto y Mesopotamia se aplicaban hierbas y remedios para tratar a los enfermos, pero ligados casi siempre a creencias mágicas y religiosas. Sin duda, es Hipócrates de Cos el primero en aplicar a la medicina un método racional basado en el diagnóstico y cuyo fin era conseguir la armonía interna del organismo. Sus métodos fueron aplicados en Europa durante dos mil años, lo que da una idea de lo acertadas que fueron sus conclusiones. Pero un largo camino quedaba todavía por recorrer y para ello algunas creencias erróneas debían ser derribadas. Una de estas creencias era la generación espontánea, llamada también biogénesis. Si comprobamos los que ocurre con un trozo de carne, por ejemplo, cuando lo dejamos expuesto al aire, veremos como a los pocos días aparecen en ella pequeños gusanos. La creencia desde la época de Aristóteles era que el trozo de carne era el que originaba los pequeños gusanos, cuando en realidad son los insectos los causantes de esta proliferación, después de depositar sus huevos en los alimentos.

    En el siglo XVII, los experimentos de Francesco Redi, médico de Florencia, y el descubrimiento del microscopio por el naturalista holandés Anton van Leeuwenhoek, proporcionaron argumentos suficientes contra la biogénesis, pero la mayoría de científicos contemporáneos siguieron aferrados a la antigua creencia. A mediados del siglo XVIII, Lázzaro Spallanzani, un naturalista italiano nacido en Módena, demostró que si se hervían soluciones (caldo de ave o verduras, por ejemplo) y luego se cerraban cuidadosamente, éstas permanecían intactas aunque originalmente hubiesen contenido microorganismos. Con esto respaldaba la idea de que no puede originarse vida de forma espontánea a partir de materia muerta. El paso definitivo lo daría el francés Louis Pasteur en 1860 al demostrar con claridad que el aire puede contener microorganismos que provocan la contaminación de alimentos y personas. Y que si calentamos un alimento suficientemente y lo mantenemos aislado de los microorganismos del aire, éste se conserva intacto. Recordemos que uno de los procesos que se utiliza hoy en día para esterilizar los alimentos se llama pasteurización.

    Antes de hablar de esta contribución de Pasteur a la medicina, debemos cruzar el Canal de la Mancha y viajar hasta Berkeley (Inglaterra), donde en 1749 nació Edward Jenner. Este médico investigó la viruela, que entonces causaba la muerte en el veinte por ciento de los casos acaecidos y dejaba visibles secuelas entre los supervivientes. Observó que había dos tipos, uno más leve, que no provocaba la muerte, y otro mucho más severo. Jenner se percató de que los ganaderos que poseían vacas padecían siempre el tipo de viruela más leve. Esto era así porque las vacas padecían también la viruela, pero sólo el tipo menos grave. Las personas que se contagiaban directamente de las vacas, padecían la enfermedad de forma mucho más leve. Pero además, y esta es la clave de la cuestión, una vez pasada la viruela en cualesquiera de sus dos formas, se quedaba inmunizado contra ambos tipos. Fue así como a partir de la viruela que padecían las vacas obtuvo la primera vacuna; esto es, una sustancia que inoculada a las personas las inmunizaba contra la enfermedad. El camino sería continuado por Pasteur, que desarrollo vacunas contra el carbunco del ganado lanar y contra la rabia. Sus trabajos cambiaron la medicina. A partir de entonces, se consideran fundamentales la higiene y la esterilización para la prevención de infecciones y enfermedades. El estudio de los gérmenes que provocan las enfermedades se convierte en un nuevo campo de investigación. Una nueva disciplina, la bacteriología, debe su nacimiento al médico alemán Robert Koch. Nace en Klauthal (Hannover) en 1843. Estudió el bácilo del carbunco a partir del trabajo de Pasteur, descubriendo su ciclo vital y la forma en que tiene lugar la infección. Encuentra el bacilo de la tuberculosis llamado en su honor bacilo de Koch. Investigó el cólera, la peste, la lepra y el paludismo. En 1905 recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus estudios sobre la tuberculosis.

    Un año después de esta mención, termina la carrera de medicina Alexander Fleming, nacido en Lochfield (Escocia). Se plantea como objetivo encontrar una sustancia que ataque a las bacterias sin dañar al hombre. En 1928, encuentra un moho llamado Penicillium notatum que tiene esa propiedad pero pasan once años hasta que puede producirlo en un laboratorio en cantidad suficiente para su uso médico. El hallazgo de la penicilina salvaría la vida a muchas personas durante el siglo XX. Por este motivo recibío, en 1945, el premio Nobel de Fisiología y Medicina, compartido con Florey y Chain.


    El universo exterior

    Y ahora, levantamos los ojos del microscopio para mirar un poco más lejos. Más allá de la Tierra hay estrellas y planetas que han captado la atención del ser humano desde sus orígenes. ¿Qué son las estrellas? ¿Por qué brillan? ¿Cómo se sostienen en el cielo? ¡Tantas preguntas por responder! Iniciaremos nuestro camino en Escania, Dinamarca (hoy Suecia), lugar de nacimiento de Tycho Brahe. En 1563, mientras estudiaba en Leipzig, tuvo lugar una conjunción entre Júpiter y Saturno con varios días de desfase con respecto a la fecha esperada. Este hecho tuvo una gran influencia sobre él y, desde entonces, se propuso compilar observaciones planetarias más precisas que le permitieran realizar predicciones más exactas. Sin duda, fue el último de los grandes observadores astronómicos de la época pretelescópica. Su trabajo sirvió a Kepler para encontrar las leyes que rigen el movimiento planetario, que algunos años más tarde desembocarían en la Ley de la Gravitación Universal de Isaac Newton.

    El fuerte viento boreal nos arrastra ahora hasta Perinaldo (Genova, Italia) pueblo en el que nació el astrónomo Giovanni Domenico Cassini en 1625. Sucedió a Cavalieri, discípulo de Galileo, como profesor de matemáticas en Bolonia. Utilizó los telescopios más avanzados de su tiempo para observar los satélites de Júpiter y realizar tablas precisas de sus movimientos, lo que permitió a los navegantes determinar su longitud al utilizar los satélites como referencia. Confeccionó un mapa de la Luna y descubrió los cambios estacionales de Marte y el periodo de rotación de Júpiter. Tras ser nombrado director del Observatorio de París descubre Jápeto, Rea, Dione y Tetis, satélites de Saturno, que completaban el anterior hallazgo de Titán por parte de Christian Huygens. Observó un vacío en el sistema de anillos de Saturno, conocido todavía como división de Cassini.

    Más al norte, en Hannover, nació Friedrich Wilhelm Herschel. Dotado de una gran habilidad, comienza a construir sus propios telescopios. Su trabajo le da como premio la observación de la nebulosa de Orión y el descubrimiento, en 1781, del séptimo planeta del sistema solar: Urano. Estimulado por un Catálogo de Messier que le regalaron comienza la exploración del llamado espacio profundo. Pronto descubre NGC 7184, una pequeña galaxia en la constelación de Acuario a la que segurían muchas otras. El catálogo de Messier de nebulosas, cúmulos y galaxias fue extensamente ampliado merced a la calidad de sus instrumentos y a la constancia de sus observaciones.

    En 1811, nace en Saint-Lô (Baja Normandia), el matemático Urbain Le Verrier y en 1819 en la región de Cornualles (Inglaterra) el astrónomo John Couch Adams. Ambos conocían un hecho bastante extraño: Urano, último de los planetas descubiertos, no sigue con exactitud la órbita esperada por las leyes de Kepler y Newton. Ambos, de forma independiente, suponen que la anomalía se debe a la existencia de un octavo planeta todavía no conocido y se ponen a calcular la posición en que debe estar. La Verrier acaba primero su tarea y le pide al astrónomo Johann Gottfried Galle que busque el planeta en el sitio indicado. Galle mira hacia ese lugar y como si fuese un milagro, allí lo encuentra. Le Verrier había conseguido encontrar Neptuno utilizando sólo sus conocimientos matemáticos, lápiz y papel. Un logro proverbial y grandioso.

    Siguiendo el rumbo norte llegamos a Oslo, donde en 1867 nació Kristian Birkeland, que dedicó parte de su vida al estudio de la aurora boreal. Este fenómeno consiste en un brillo que aparece en el cielo nocturno de los polos provocado por el choque del viento solar (materia procedente del Sol) con la atmófera terrestre. El campo magnético de la Tierra es el que provoca que este viento solar se dirija a las zonas polares, donde los átomos de oxígeno y nitrógeno absorben su energía para irradiarla después en forma de luz. La primera expedición de Birkeland para investigar la aurora boreal fue a la provincia de Finnmark, al norte de Noruega, durante el invierno de 1899-1900. Allí construyó un observatorio en la cima de la montaña Haldde cerca de la ciudad de Alta y tras sus observaciones dedujo acertadamente las razones de este fenómeno.

    El el 5 de septiembre de 1977 fue lanzada desde Cabo Cañaveral la sonda Voyager 1. La misión se lanzó en el momento en que los planetas Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno tenían una especial configuración que ocurre una vez cada 175 años. Esta disposición permite pasar cerca de los cuatro planetas y aprovechar su atracción gravitatoria para impulsar la nave. El 10 de agosto de 2007 la sonda se encontraba a 15.490 millones de kilómetros del Sol (103.6 UA ó 14,36 horas luz), fuera del sistema solar, entrando a una región del espacio conocida como heliofunda. La sonda lleva un disco de oro con música clásica, saludos en diferentes idiomas y sonidos propios de nuestro planeta. Se estima que seguirá enviando información a la Tierra hasta el año 2020 ó 2030 y es el ingenio artificial que más lejos ha llegado de todos los enviados por el hombre.