Embargados por el viento del mar y la constancia de las olas, los habitantes
de las islas han demostrado ser grandes curiosos. Gentes inclinadas a la navegación,
pero también a la observación y a la ciencia. Desde la ardiente
Sicilia del Siroco hasta la brumosa Inglaterra, las islas han alumbrado hijos
admirables.
La ciencia en las islas
“Nadie es una isla por sí mismo, todos formamos parte de la
tierra firme” (John Donne)
Sicilia es la mayor isla del Mediterráneo. Está situada en
un enclave privilegiado, al suroeste de la península itálica,
puente de paso entre Europa y África. Esto ha propiciado que fuese
ocupada por diferentes pueblos a lo largo de la historia como fenicios, cartagineses
y romanos. En el siglo VI a. de C. los griegos ocuparon las costas de Sicilia
y del sur de Italia donde fundaron numerosas ciudades. Hasta una de ellas,
Crotona, viajó Pitágoras para fundar una escuela de carácter
científico y místico. Nuestro personaje nació en Samos,
una isla entre el enjambre que puebla el mar Egeo. Su decisión de viajar
hasta Crotona fue consecuencia de sus discrepancias con Polícrates,
el tirano de Samos. En torno a él se formó una comunidad cuyos
miembros recibieron el nombre de pitagóricos. A pesar de su hermetismo
y carácter místico, intentaron dar una explicación racional
del cosmos y una demostración lógica de las proposiciones geométricas,
una de las cuales ha llegado hasta nuestros días portando su nombre:
el Teorema de Pitágoras. Se considera a los pitagóricos los
acuñadores de la palabra filosofía (amor a la sabiduría)
y matemáticas (lo que se aprende). Sus explicaciones de la naturaleza
están basadas en los números, “pues sin número
nada puede ser concebido ni conocido”. Desde las notas musicales hasta
el movimiento de los planetas, todo es explicado mediante números y
proporciones. No debe extrañarnos que la ciencia de nuestros días,
fundamentalmente la física, elabore sus teorías basándose
en las matemáticas: somos los continuadores de la cultura y tradición
griegas.
Al sur de Crotona, ya en Sicilia, está Siracusa, patria del gran
Arquímedes. Considerado como el científico más importante
de la Edad Antigua, no sólo descubrió el principio de la hidrostática
sino hechos tan fundamentales como la polea compuesta, el torno, la rueda
dentada y la ley de la palanca. Hasta nuestros días ha viajado la palabra
¡Eureka! (¡Lo encontré!), pronunciada por nuestro protagonista
a voz en grito tras descubrir el principio de los cuerpos flotantes; y la
frase relativa a la ley de la palanca: “dadme un punto de apoyo y moveré
el mundo”.
Siguiendo nuestra ruta hacia el oeste, llegamos a las islas Baleares. En
el siglo XIII formaban parte de la corona de Aragón y en esta época
nació en Palma de Mallorca, Ramón Llull. Escribió varios
libros sobre ciencia, filosofía y teología que tuvieron gran
influencia y difusión. Por ello se le considera uno de los pensadores
europeos más importantes de la Edad Media.
Ponemos rumbo hacia el estrecho de Gibraltar para salir del Mediterráneo,
entrar en el Atlántico y dirigirnos hacia el norte. En las islas
británicas tendría lugar una profusión de importantes
científicos poco común a partir del siglo XVII: Robert
Hooke, descubridor de las células y de la primera estrella doble;
Newton y la ley de gravitación universal; Halley, el gran astrónomo;
Dalton, autor de la teoría de los átomos...
Pero uno de los grandes hitos de la física estaba por llegar, el
descubrimiento de la relación entre la electricidad y el magnetismo.
Los primeros avances en el campo de la electricidad se debieron a físicos
italianos, como Galvani y Volta. Sin embargo, la primera observación
del fenómeno electromagnético se debe a Oersted, físico
nacido en Langeland, una pequeña isla danesa a la entrada del mar Báltico.
Su experimento consistió en colocar una brújula junto a un hilo
conductor de corriente eléctrica. Al paso de la corriente, la aguja
imantada de la brújula giraba, lo cual indicaba que había una
interacción entre fuerzas eléctricas y magnéticas. Aunque
no consiguió dar una explicación satisfactoria al fenómeno,
publicó los resultados de su experiencia en un artículo que
se tradujo rápidamente y alcanzó gran difusión por Europa.
Fue criticado por algunos, pero otros como el francés Ampère
profundizaron en su idea e hicieron que poco a poco fuese aceptada.
Michael Faraday nació cerca de Londres a finales del siglo XVIII.
Aunque su formación académica era escasa, a los 13 años
empezó a trabajar como aprendiz de un encuadernador. Esto le
permitió leer una serie de libros que despertaron su curiosidad
científica y pronto empezó a diseñar sus propios
experimentos. Su investigación le llevó a descubrir la
inducción electromagnética y construir el primer motor
eléctrico de la historia. Con estos mismos principios funcionan
los generadores eléctricos como las dinamos de las bicicletas,
los alternadores de los coches o las centrales que producen la electricidad
que consumimos en nuestros hogares. La idea es sencilla: de igual forma
que una corriente circulando por un hilo hace moverse a la aguja imantada
de una brújula, también un imán que se mueve alrededor
de un hilo conductor hace que se produzca en éste una corriente
eléctrica. Así, si un salto de agua hace que se mueva
una rueda, y ésta, a su vez, a un potente imán que gira
alrededor de un cable eléctrico, se producirá una corriente
que podemos aprovechar para encender una bombilla o un radiador, proporcionándonos
luz y calor. Hoy en día, se utiliza carbón, petróleo
y uranio, fundamentalmente, para producir la energía que hace
girar esas ruedas que nos suministran electricidad, pero, lamentablemente,
estos métodos son muy contaminantes y perjudiciales para el planeta.
Por ello, hoy en día, se opta por potenciar energías más
limpias como la solar o la eólica.
Para cerrar este capítulo no podemos dejar de hablar de uno de
los más grandes científicos que dio el siglo XIX, el escocés
James Clerk Maxwell. Su obra cumbre fueron las llamadas ecuaciones de
Maxwell, que permiten estudiar la electricidad, el magnetismo y la luz
desde un único punto de vista, pues son manifestaciones distintas
de un mismo fenómeno. Esto tiene una gran importancia pues permite
unificar teorías que antes estaban separadas, formando así
un único cuerpo de estudio.
Si los protagonistas de nuestro relato nacieron en islas y aislar significa
estar apartado o separado, no hay duda de que sus ideas superaron todas
las fronteras y traspasaron mares de tiempo y océanos de prejuicios
para llegar hasta nosotros y hacernos inmensamente ricos, no en dinero,
sino en conocimientos.
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