El viento cálido y seco que levanta terribles tormentas en el
desierto cruza después el mar saciando su sed de viajero infatigable,
y entonces, aún caliente pero ya muy húmedo, llega a la
orilla norte, después de haber trastornado a los habitantes de
las islas.
¿Le presta el desierto su alma al viento? ¿Toma la agitación
del mar cuando lo cruza? La historia ha dejado cientos de páginas
dedicadas a descifrar este viento caprichoso y trastornador, o a describir
sus estragos. Sin embargo, es el viento el que acaba por escribir su
historia y los cuentos que engendra su batir caliente entre las cosas.
Tu ímpetu no lo contiene un solo nombre: Etimología y descripción
del Siroco.
Siroco, Saluk, Lebeche, Solano, Ghibli… ¿Cómo saber
de que palabra original provienes si hasta los más reputados
estudiosos dudan de tu origen, no se ponen de acuerdo y convierten,
sin darse cuenta, sus laberínticas expediciones eruditas en mítica
y misteriosa poesía? ¿Cómo un viento, digo yo -
que sé muy poco-, un viento engendrado en África sobre
un lecho de piedras calcinadas, amamantado por las dunas del desierto;
un viento aventurero que se lanza a encrespar apasionadamente el Mare
Nostrum milenario, apaciguando su primigenio ardor en mil batallas amorosas
con las brisas, que ya alcanza Europa, y por su costa sur penetra, y
más y más avanza depositando su pasado de arena y sol
en tierras cada vez más extranjeras; cómo un viento así
de trajinado y trajinante, un viento como tú, Siroco, iba a permitirnos
conocer el secreto de su nombre? Un viento que trae consigo la locura,
el desvarío, no es posible encorsetarlo en la camisa de fuerza
de un solo étimo. Este que ahora entra por la ventana es el solano.
No era hora de viento. El solano, a medida que el día iba creciendo,
ensanchándose de calor, disminuía, hasta hacerse solamente
como una alentada del fondo de los campos. Al atardecer crecía
de nuevo y perdía el polvillo por los zarzales, hacía
que se pegasen las moscas ojeras a los párpados y las culeras
a los años de las muías; levantaba la hierba espigonera,
seca y quebradiza, dándole gallardía abrileña;
a los lagartos y a las culebras les hacía sacar las lengüecillas
como sedientos, mientras los alacranes corrían más rápidos
de piedra a piedra, con las colas enhiestas, y las arañas tejían
refuerzos en sus telas, pesadas de polvo. No era hora de viento.
...El solano traía un dulce y pegajoso olor de tormenta. El solano
aumenta el celo en las vacas toriondas. El solano quema la mies en los
mediados de junio. El solano llega hasta las tormenteras de la sierra
y allí anida haciendo nubes que luego ruedan hacia el llano,
en contratormenta, con los vientres hinchados de granizo. El solano
hace que peleen los machos cabríos y desgracia el ganado por
las barrancadas. El solano, a los enfermos de pecho, les quita el apetito
y les acaricia el sexo, los acerca a la muerte. El solano corta la leche
de los ordeños, pudre los frutos, infecta las heridas, da tristura
al pastor, malos pensamientos al cura. El solano es como huelgo de diablo
fino. El solano traía el dulce, pegajoso e inquietante olor de
la tormenta.
“Con el viento solano”. Ignacio Aldecoa
El Solano
¡Qué de noches, qué de tardes, qué de desolaciones
tiene en su haber el solano!
—Ya está ahí el solano.
Se anuncia con un estremecimiento del aire, que apenas es nada y es el
comienzo del solano. Se siente en los árboles, en los pájaros,
en los dedos.
—Ya está ahí el solano.
"Y puntualmente, comenzando en brisa fría o caliente para
acabar en huracán, apresurando nubarrones sobre la sierra, destemplándolo
todo, el solano. Es un viento con cuerpo.
Cuando sacude las puertas, cuando tuerce las esquinas, cuando afila las
torres, cuando emboca los barrancos o se extiende por la vega, se sienten
sus manos enormes, su pecho tremendo. Un cuerpo que por la noche se
hace oscuro, que conoce todos los miedos para los niños, el rumor
peor, el atajo al pavor.
—Ya está ahí el solano.
Tiembla la espiga y la aceituna, el nido y la azucena, el hombre y la cabaña.
Lo traen San Juan, la Virgen del Carmen, la de Agosto. Y nunca trae pan, nunca
vino, nunca aceite. Pero, ¡cuántas de estas florecillas y estos
árboles no le deberán la fecundidad! El solano, sólo
tiene voz para sus malas hazañas, la que enhuera la espiga y merma
la aceituna
“Las cosas del campo”. José Antonio Muñoz Rojas
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