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Los Hombres de la bahía
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    El mito de las tierras y las gentes del norte había tenido una larga vida desde las descripciones de Estrabón y las noticias de Procopio, que describian la Última Thule, isla de proporciones enormes, diez veces más grande que Inglaterra, situada a seis días de navegación de las Orcadas y habitada por diferentes tribus, entre ellas los critifinos. De estos habitantes se sabe que bebían hidromiel y que su religión, algo animista, tenía vínculos con la de escandinavos y germanos. El mismo Cervantes habla de que los daneses eran corsarios y mercaderes. Historia y leyenda se entrelazan en el tiempo como lo hace la vida de los hombres con su voz.

    Cuando comenzaron los asaltos de los hombres del norte a la Europa Medieval, muchos pensaron que se trataba de los habitantes de las tierras míticas de Thule.

    Los hombres de la bahía

    En los fríos países del norte están labrados en piedra los nombres de algunos marinos bravísimos que desafiaron el atlántico cuando era un océano sin final, misterioso y oscuro. Son nombres Vikingos. Sólo las piedras hablan, porque los troncos de los árboles y otros cuerpos más débiles en los que grabaron sus gestas se han deshecho en el tiempo, como las largas canciones y relatos que entretuvieron sus frías noches de invierno. Marinos, comerciantes, guerreros, colonos, daban gran valor a la poesía y a las palabras.

    Ellos llamaron al mar el camino de las ballenas y no dudaron en seguirlo. Los empujaba el deseo de adquirir una fama perdurable más allá de la muerte, el ansia por obtener ganancias y esa desazón antigua madre de tantas cosas, la curiosidad. Durante tres siglos asaltaron las costas europeas, pero también comerciaron, mezclaron culturas, influyeron en las instituciones y sembraron palabras. Su presencia fue firme y violenta, pero hoy hay que buscar sus rastros diseminados y escasos por toda Europa con gran cuidado, tan frágil es la huella de los hombres.

    Creemos que la historia es tiempo pasado y que está escrita, pero no es así, cada día cambia con los descubrimientos arqueológicos, con los textos, con los estudios recientes y las interpretaciones nuevas de cosas antiguas; podemos decir que construimos el pasado, el presente y hasta el futuro a la vez. A veces son mucho más grandes nuestras dudas que nuestros conocimientos. No sabemos si el nombre “vikingos”, en su origen, significó “los hombres del remo” o “los hombres de la bahía”, ni si ellos se reconocían por este nombre. Nosotros llamamos así a aquellos hombres del Norte, de origen escandinavo, que entre los siglos VIII y XI recorrieron Europa, se establecieron en algunos lugares y navegaron todos los mares.

    Eran daneses, suecos y noruegos, todos tenían una cultura en común y compartían su historia, pero ya se diferenciaban por sus tierras y con el tiempo lo harían aún más, gestando las naciones que hoy conocemos. Las tierras escandinavas habían sufrido las tempranas invasiones de los germanos a finales de la edad antigua, éstos se habían mezclado con la población existente y se habían ido separando de los germanos continentales, aunque tenían contactos con otros pueblos, como los celtas. La cultura que desarrollaron se denominó del “vendel “ y en ella se encuentran ya algunos de los elementos que hoy son más conocidos de la cultura vikinga, como los enterramientos en barcos; claro que estos primeros barcos fúnebres eran de piedra.

    A pesar de la presencia de estos barcos y de la importancia que para ellos tenía el mar, básicamente eran granjeros y sus poblaciones no pueden calificarse de ciudades. Tenían un sistema de monarquía en parte hereditaria y en parte electiva y todos los hombres se reunían en una asamblea que se denominaba el “thing”, en la que los propietarios rurales más ricos eran las personas de más influencia, eran los bôndi. Esta estructura política es muy importante pues influyó en la formación de los estados europeos. Los vikingos eran enormemente respetuosos con sus leyes y tradiciones; éstas eran el medio de contener una inclinación excesiva a la acción.

    En esto coinciden todos los historiadores, quienes los definen como gentes con una gran capacidad para aprender y asimilar la técnica y muy inclinados a la acción. Precisamente ésta es una de las explicaciones habituales que se da a sus primeras oleadas: los “jarl”, que eran unos jefes locales, se mostraban inquietos y los reyes quisieron alejarlos de posibles revueltas enviándolos lejos. La primera incursión de la que tenemos noticia es el asalto al monasterio de Lindisfarme, en una isla al oeste de Inglaterra; la noticia de este asalto se difundió con gran rapidez, pues el ataque a un monasterio era inconcebible para los cristianos. Corría el año 793.

    Probablemente los asaltantes del monasterio fueran daneses, pues estos serían los que más asolaran las costas inglesas, y los primeros en combatir directamente con los Francos. Los vikingos daneses estaban muy bien organizados, pues su rey amparaba y favorecía estas expediciones, por lo que llegaron a tener un ejército bien pertrechado. Tan sólidas eran sus fuerzas que finalmente los francos tuvieron que aceptar su presencia en estas tierras, creando para ellos el ducado de Normandía.

    Ante los ataques vikingos, rápidos y por sorpresa, había poca defensa. El monarca inglés Alfredo el Grande fue uno de los pocos reyes que comprendió la situación. Retirándose a las tierras del sudeste, empezó a consolidar allí un reino capaz de oponérseles no sólo militarmente construyendo una flota, sino también haciendo todo lo posible para desarrollar una cultura fuerte y sólida. Este reino sería el origen de una posterior reconquista, pero mientras tanto los vikingos fundaron en el noroeste enclaves que se convirtieron en ciudades importantes.

    Los Noruegos, en cambio, aunque también practicaron el pillaje, se inclinaron más a la colonización, fueron avanzando despacio sobre el mar, alejándose después de crear sus bases. Partiendo de Bergen llegaron a las Shetland y de allí a Inglaterra y Escocia, mientras otra ruta les llevaba a las Färoës y después a Islandia, y desde ésta a Groenlandia en el siglo X. Seguramente la denominaron así, la “tierra verde”, para que su nombre atrajera a los colonos. Las Sagas nos relatan cómo desde esta enorme isla partieron hacia las remotas tierras de América en busca de madera. Sus contactos con los celtas crearon una cultura original que se ha traducido en hermosas obras literarias.

    El tráfico comercial de Europa en la edad media está constituido por un triángulo que comunica todas sus tierras y sus culturas. A establecer estos caminos contribuyeron no poco los vikingos suecos, que se denominaron “varegos”. Habían comenzado por cruzar el Báltico para después, buscando siempre los caminos del agua, cruzar los ríos pasando de uno a otro: primero la cuenca del Volga hasta el mar Caspio y luego las rutas comerciales de Valgor, Drina, El Vístula y el Dniéper, hasta el mar negro, llegando al Bósforo. En más de una ocasión debieron arrastrar por tierra los barcos sobre sus espaldas. Para garantizar el comercio crearon colonias militares en las principales ciudades. A ellos se les atribuye la creación de Novgorod y Kiev. Su objetivo de conseguir dinero los convirtió en ocasiones en soldados mercenarios.

    En parte su propia acción fue determinando los cambios que propiciaron el fin de las expediciones: las transformaciones del comercio provocaron la extensión de la moneda y la desaparición de los sistemas de trueque, los propios vikingos se fueron cristianizando y sus territorios configurando, siendo el caso más claro el danés.

     

     

    El impacto de su presencia fue tan grande que su mito ha pervivido largo tiempo mezclando las realidades con las falsificaciones: jamás usaron cascos con cuernos, los cuernos se empleaban para beber. Además de sus contribuciones a las instituciones y al comercio, el capítulo más relevante de sus aportaciones es el referente a la navegación. Su extremada habilidad en la construcción de embarcaciones es una proeza real, de hecho fueron perseguidos por todas las marinas enemigas sin que consiguieran darles alcance nunca.