Tal vez, pensó mi tío, los hombres construyen la historia
a medias con el viento, él empuja sus barcos o los hace naufragar,
amontona arenas para sus muros o sepulta sus ciudades.
Los garamantes
“Desde Auguila, después de un viaje de diez jornadas, se
encuentra otra colina de sal con agua, con muchas palmas frutales, como
son las otras y con hombres que viven en aquel cerro, se llaman los
garamantes, nación muy populosa, quienes para sembrar los campos
cubren la sal, con una capa de tierra. Cortísima es la distancia
desde ellos a los lotófagos, pero desde allí hay un viaje
de treinta días hasta llegar a aquellos pueblos donde los bueyes
van paciendo hacia detrás porque teniendo las astas retorcidas
hacia delante, van retrocediendo paso a paso, pues si fueran avanzando
no podrían comer, porque darían primero con las astas
en el suelo; fuera de lo dicho y de tener el cuero más recio
y liso en nada se diferencian de los demás bueyes. Van dichos
garamantes a la caza de los etíopes trogloditas, montados en
un carro de cuatro caballos, lo cual se hace preciso por ser estos etíopes
los hombres más ligeros de pies de cuantos hayamos oído
hablar. Más allá de los garamantes a distancia también
de diez leguas de camino, se ve otro cerro de sal, otra agua y otros
hombres que viven en aquellos alrededores, a quienes dan el nombre de
atlantes. Cuando va saliendo el sol le cargan de las más crueles
maldiciones e improperios, porque es tan ardiente allí que abrasa
a los hombres y sus campiñas.”
Así nos ofrece Herodoto una de las muy escasas noticias que de
los garamantes y de la zona que habitaban tenemos, pueblo singular y
poco conocido, origen de leyendas y fantasías.
Los garamantes, que era como los denominaron griegos y romanos, habitaban
en la región de Fezán, en la actual Libia, una de las
zonas más inhóspitas del Sahara. Llegaron allí
seguramente en torno al año mil antes de cristo, cuando el Sahara
comenzaba a tomar el aspecto que tiene hoy. Hasta entonces había
sido una de las regiones más pobladas de África, con hermosos
ríos y lagos que lo recorrían dándole una vegetación
frondosa y permitiendo que vivieran en el multitud de especies. De esta
vida anterior del desierto nos dan cuenta las hermosísimas pinturas
encontradas en Tassilí N`Ajjer, realizadas entre el octavo y
el sexto milenio antes de cristo por un pueblo al que los prehistoriadores
llaman “Cabezas redondas”. Sorprende en ellas la profusión
de peces y nadadores, pero también la de jirafas, búfalos
y elegantes antílopes. Podemos imaginar el lento pero inexorable
proceso de desecación y calentamiento, los ríos cada vez
menos caudalosos, la desaparición de los animales que ya no encontraban
comida.
Es probable que en esos momentos se fueran asentando en el ya semidesierto
diversos grupos de lengua bereber entre los que se encontrarían
los garamantes. Muchos autores los convierten en los antepasados directos
de los Tuaregs, por su sentido de la independencia y su rebeldía
pero también por su extraordinaria habilidad y capacidad para
adaptarse a la vida del desierto.
Las excavaciones arqueológicas que se han realizado en la que fuera
su capital, Garama (la actual Germa, 150 Km. al oeste de Sheba), nos
han mostrado un complicado sistema de más de mil quinientos kilómetros
de galerías de riego subterráneas que permitían
llevar a los campos el agua procedente de los acuíferos, pudiendo
de este modo cultivar trigo y cebada para alimentar a su populosa población,
e incluso exportar los excedentes a Roma. No sabemos si ellos fueron
los hábiles ingenieros de tal sistema, pero durante siglos si
fueron sus eficaces usuarios. Nos han dejado también tumbas y
alguna pirámide pequeña que permite pensar que su religión
estuvo emparentada con la de los egipcios, pero sorprendentemente ni
una palabra. Un pueblo que sin duda estuvo en contacto al menos con
cuatro o cinco alfabetos le dejó toda su voz a las piedras, o
la arrastró el viento como hoy las cartas de amor y los conjuros
que escriben las mujeres tuaregs, en quienes está depositado
el saber privilegiado de la escritura que los hombres no poseen.
Herodoto a veces exagera y no siempre resulta completamente fiable. En
su descripción de los garamantes, ensalzó como corredores
a los etíopes que aún proporcionan excelentes atletas
y corredores, tanto que vergonzosamente los garamantes dedicados al
comercio también de seres humanos, habían de capturarlos
en carros tirados nada menos que por cuatro caballos. ¿Por qué
arrastro la humanidad tantos siglos la lacra espantosa del comercio
de esclavos? Pese a ello los garamantes no fueron un pueblo belicoso,
aunque jamás fueron dominados por nadie. Se desconocen sus armas
y su sistema defensivo; una columna de piedra en la antigua Germa nos
revela que allí estuvo Cornelio Balbo en el año 19 a.c.
y que sometió catorce ciudades como castigo a las correrías
de sus habitantes. Con todo, este no fue su final. Hay noticias de que
uno de sus reyes firmó la paz con los bizantinos en el 569 y
abandonaron sus antiguos dioses para convertirse al cristianismo. Pero
en el 668, enfermo y cansado, su último monarca fue vencido por
los invasores musulmanes. La leyenda dice que en rebeldía a esta
conquista sus descendientes tuaregs esconden entre sus densos ropajes
una cruz cuyo significado se ha ido desvaneciendo con el tiempo.
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