El mediterráneo no es un mar, sino una sucesión de llanuras
líquidas comunicadas entre sí por puertos más o
menos grandes. Así se individualizan en las dos grandes cuencas
del Oeste y del Este Mediterráneo, entre las diversas avanzadas
de las masas continentales, toda una serie de mares angostos. Cada uno
de estos mundos particulares tiene sus características, sus tipos
de barcos y sus costumbres...
F. Braudel. El Mediterráneo y la vida mediterránea en
tiempos de Felipe II.
Ponto Euxinos.
Cuentan los vientos que Hele cayó al mar desde un carnero divino
recubierto de oro. Las aguas del estrecho entre Grecia y Asia Menor
bramaron su muerte y memoria, y adoptaron el nombre de Helesponto, mar
de Hele, donde todavía aguarda a medio olvidar. Su hermano, Frixo,
a lomos del carnero llegó a las tierras de Colquida, al sur del
Mar Negro, y allí sacrificó a tan excepcional cordero,
entregando a las gentes del lugar el áureo vellocino.
Puede que el “Pontos Euxeinos” aluda a la hospitalidad de
los hombres y mujeres que pueblan esta encrucijada de caminos de aire,
lugar de intercambio de distintos continentes que se asoman al mismo
balcón. Mar, por lo tanto, de hombres, lugar de leyendas, redil
de emociones. Aguas de singulares acepciones que muestran la pluralidad
geográfica de un lugar extraordinariamente mágico.
Kara Deniz, el mar turco, identificación de un color con una localización
geográfica: el norte. Septentrional, por lo tanto, frente a meridional,
el norte frente al sur del Ak Deniz, mar blanco: Mar Mediterráneo,
el padre de todos los mares. Pero al mismo tiempo, Mer Noire, el mar
de los siglos XVII y XVIII, última acepción etimológica
para las aguas de la península de Crimea: Mar Negro.
Espacio de paso, de comunicaciones. Hacia el norte por el Mar de Azov,
donde los vientos se encauzan a través del estrecho de Kertch
o Crimea. Al sur, el Bósforo, entregado al Mar Mármara,
y de allí al Egeo, y por fin, el Mediterráneo. Así
se suceden los distintos miembros de un mismo cuerpo y, como entrelazadas
cuencas que son, durante milenios por ellas discurrieron los hombres
en su devenir continuo, desde Europa hasta Asia, y de allí la
vuelta: el diván de la seda.
Pero la geografía del Mar Negro es la de sus costas, litoral de
medios naturales aún hoy majestuosos, dado al sueño y
la leyenda, al mito entre sus bosques. Encinas, alcornoques, tomillo
y jara turcos. Hayas, robles, landas y praderas, el ciervo, lobos y
osos de Bulgaria y Rumania. Praderas y estepa de Ucrania. Vuelta al
Mediterráneo, siempre omnipresente, en las costas asiáticas
de Georgia.
Mar de injusta reputación: negro, tenebroso, tempestuoso. Las
aguas runrunean sin embargo mansamente, y en los 1200 kilómetros
de este a oeste su oleaje es moderado, sutil a veces, como si el mar
no quisiera asustar en demasía el encuentro pausado del Dniéper,
Dniéster, Bug, Danubio; balanceo de aguas, historias también
por aflorar desde Asia: Çoruh, Yesil, Sakarya.
Y entonces, en ese abrazo entre aguas pluviales y marinas, un lecho de
hasta 2.135 metros de profundidad, un inusual abismo para sedimentar
los botines de las frecuentes tormentas invernales, o donde posar las
alas de los vientos del norte, o donde penetrar en la nada, en la ausencia
de unas aguas que olvidaron a la vida, exiliaron a la luz y, en rara
ceremonia, se entregaron al sulfuro de hidrógeno, que las hizo
suyas deportando a cualquier ser viviente: aquí sólo yace
el olvido.
Mas, de inmediato, por encima de esas aguas “muertas”, el
resurgir, la explosión de la biodiversidad. Sólo 200 metros
de profundidad desde la superficie para el delfín, la foca, el
atún o el apreciado esturión. Aguas ofrecidas al quehacer
del cormorán -víctima mediática de los desastres
medioambientales por el vertido de crudo-, a la rapiña de la
gaviota.
¿Y qué debieron divisar, conocer, descubrir los argonautas?
En este nuevo Argos de palabras hemos zarpado a por nuestro particular
vellocino. Hemos hecho posada y fonda en las ciudades que crecieron
escuchando las historias de los mayores, los susurros de las olas: Varna
en Bulgaria, Constanza en Rumania, Odessa y Sebastopol en Ucrania, Soci
en Rusia, Batumi en Georgia, Samsun y Estambul en Turquía.
Otra Ino nos conduce a las Simplegades, se conjura para perder la riqueza
inestimable de esta parte del planeta. Los desastres ecológicos
derivados del transporte del petróleo, la eutrofización
de las aguas y la sobreexplotación de las mismas, pueden acabar
con este medio tan frágil e inseguro. Todo esfuerzo puede resultar
ineficaz ante un nuevo y descontrolado afán urbanístico,
tan cancerígeno ya en otros lugares de las costas mediterráneas.
Despertemos al sueño revelado, seamos nuevos argonautas en este
mar de aguas enfrentadas, dicotomía entre la vida y la muerte,
metáfora entre lo posible y lo imposible. Velemos la asimetría
de este mar, su encrucijada de sendas, de climas, árboles seculares
y flores endémicas. De hoy depende la pervivencia de ciudades
milenarias y la conservación de sus puertos siempre abiertos
- Pontos Euxinos, Kara Denniz -, donde los vientos aúnan historias
y el mar las cobija.
El estrecho del Bósforo, que recibe las aguas del Ponto Euxinos,
presenta una anchura media de 1.800 metros por 27 y medio de profundidad,
de modo que si las aguas marinas entraran en él de una manera
continua, como en el lecho de un río, y fuera su velocidad nada
más que de dos kilómetros por hora, no soltaría
menos de 27.500 metros cúbicos por segundo. Probable es que todos
los afluentes juntos del mar Negro y del mar de Azov no lleven más
de la mitad de esa masa y, además, gran parte de su tributo en
agua se evapora. Por lo tanto, el Bósforo es demasiado grande
para servir de lecho a una corriente única que se derramara del
Mar Negro en el de Mármara. Si se observa que sus aguas bajan
generalmente al Mediterráneo con una velocidad de tres, cuatro
o siete kilómetros por hora, también se ha comprobado
la existencia de contracorrientes laterales bastante rápidas,
y a veces los vientos que soplan del Oeste hacen refluir la corriente
principal al estrecho. Existe asimismo un movimiento submarino de las
aguas que se dirige al Mar Negro, según comprobó ya Marsigli
el siglo pasado.
El Océano.Eliseo Reclús.
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