Este aire frío y penetrante que nos hiere más cuando
pensamos en quienes no tienen hogar: ¿De dónde podrá
venir? ¿Qué desoladas regiones le darán cobijo?
¿Será acaso posible la vida en ellas?
La curiosidad de los hombres por el mundo en el que viven es tan temprana
como insaciable. A esas y a otras preguntas quiso responder el humanista
sueco Olao Magno. Enviado a Roma desde su Suecia natal, tuvo estrecho
contacto con otros hombres notables de la época y escribió
una “Historia de las gentes septentrionales”, que se publicó
en la misma Roma en 1555. Escrita en latín, fue luego traducida
al italiano y a muchas otras lenguas. En ella hay informaciones curiosas
e interesantes, pero también extravagancias y fantasías.
Las unas y las otras le dieron una enorme popularidad al libro en su
época y posteriormente. Del frío y el viento en el norte
se ocupó Olao Magno en su obra.
De la vehemencia del viento cierzo
En Islandia (es decir, la tierra vecina al mar glacial, bajo el dominio
del reino de Noruega, en lenguaje vulgar Vebtrabord) hay un puerto llamado
Occidental; en sus alrededores, a lo largo de los espacios y campos
del litoral, las gentes armadas que cabalgan son derribadas en tierra
como estopa por el potente soplo del viento cierzo. Algo similar sucede
en los puertos subterráneos, en concreto a los que habitan en
las rocas cavernosas y en las cuevas, principalmente en el tiempo de
la bruma, en que el sol retrocede a los signos del solsticio, cuando
en los oleajes marinos los vientos son más moderados.
Hay, además, montes en Hibernia que sobresalen con mediana elevación
en muchos lugares: si a través de ellos alguien intenta efectuar
su camino cuando sopla este viento cierzo; no solamente se verá
forzado a esperar el peligro y la desgracia, sino el ahogo de la respiración
en abismos voraginosos. Además los mismos indígenas, e
incluso los extranjeros que allí afluyen, no ignoran lo terribles
y dañosos que son los vientos en las costas occidentales de Noruega.
Debido a la violencia de este viento, no hay árbol o arbusto
que se vea germinar en ese lugar. De donde resulta que, por carencia
de aquéllos, para preparar unas brasas encendidas y cocinar los
alimentos, se utilizan huesos de grandes peces. A menudo los mismos
habitantes, con grave molestia por su parte, experimentan cómo
se enfurece también este viento en las costas más occidentales
de Botnia. Ya que arrastra consigo los tejados de las casas enteros,
y los esparce deshechos por inmensas extensiones de tierras.
DE LA VIOLENCIA DE LOS VIENTOS SEPTENTRIONALES
Nadie que haya estudiado o escrute los secretos de la naturaleza ignora
la fuerza, terrible y peligrosa que tienen los torbellinos y las tempestades
de los lugares septentrionales: sobre todo al conocerse la múltiple
e incesante materia y causa de su origen. Así pues, de lo hondo
del mar arrancan las aguas bajo las embarcaciones, y transportan las
naves hacia lo alto; extraen de la tierra piedras y otros animales,
que son barridos en muy poco tiempo. Y no solamente esto, sino también
pesados techos de templos y de diversas mansiones, incluso fortísimas
vigas, que igualmente arrebatan los aires, y que, al sobrevenir por
añadidura otro soplo de aire más vehemente, transportan
a espacios más lejanos. Muy frecuentemente molinos íntegros
de viento, envueltos en un torbellino con enormes piedras, con hombres
intactos son llevados a lugares remotos; más aún, desciende
un torbellino tan desmesurado que, envolviendo ciudades, castillos y
villas, dispersa más lejos -como se ha dicho- los techos hacia
los campos.
En verano, desde Occidente y en el Septentrión, persisten los
vientos con fuerza e ímpetu tan grande que arrancan de la tierra
tantas piedras como puede contener la mano, y acumulan grandes montones
de guijarros como si fuesen arena: y de tal modo que algunas veces arrancan
de los hombres las armas y los vestidos, y a veces con violencia derriban
al jinete de su caballo. Y, aún más, en Vikia de Noruega
algunas veces sucede que los mayores peces que están para secarse
al aire y al sol son extraídos de unas estacas del tamaño
de tablones por la violencia de los torbellinos, y en gran hacinamiento
llevados fuera de los lugares de los pescadores ricos hacia las casas
de los pobres, que los reciben como un regalo dado por la divinidad.
DIVERSOS EFECTOS DE LOS TRUENOS, RAYOS Y RELÁMPAGOS EN LOS LUGARES
SEPTENTRIONALES
Los truenos, los rayos y los relámpagos tienen una fuerza formidable
en las tierras septentrionales, particularmente en la dirección
de los lugares opuestos al mediodía. Muy a menudo en las zonas
del Aquilón, bajo el sereno cielo aparecen todas las noches de
septiembre brillantes y continuos rayos, que, más que lastimar,
amenazan a los espectadores. No obstante, el rayo nacido de la naturaleza
de las nubes, y escapado del trueno, produce allí mismo daños
gravísimos a los mortales y a otras cosas. Ya que a muchos hombres
que habitan en lugares más elevados los destruye junto con los
jumentos: y a las torres excelsas y a las casas embadurnadas con endurecida
pez (lo que no es sorprendente) las consume con llama inextinguible,
y a los altos árboles o bien los hiende perpendicularmente desde
lo más elevado de la copa, o bien los quebranta con oblicua corrosión.
El autor cuenta sus averiguaciones:
DEL RIGOR DEL FRÍO
Con muchos medios, mejor que con un tratado, puede demostrarse por medio
de los sentidos el gran poder que posee el hielo o el frío en
el Septentrión como lugar característico. Su fuerza y
escozor lo experimenta la temblorosa multitud de seres vivientes que
dista de allí muchos miles de estadios, y que siente terror y
comprime sus cuerpos y demás miembros ante la lenta acometida.
¿Qué, pues, no hará donde el mismo frío
impera con fuerza peculiar y por ley natural?
Porque bajo estos rigores he nacido y aquí habito (incluso a una
altura aproximada de 86 grados del polo Ártico), pienso que puedo
demostrar aquí y en muchos de los capítulos siguientes
con más claridad que otros que escriben basándose en vagos
rumores, lo vehemente y horrendo que es allí el frío:
que en aquel lugar, al igual que unos radios, se ensancha sucesivamente
desde el centro a través de todo el orbe, del modo como lo atestiguan
todas las vattones que penetra, conmovidas por su rigor.
DE LAS ESCARCHAS Y NEVADAS
Es ordinariamente tan grande la fuerza de la escarcha y de las nevadas
en las tierras aquilonares, tan cruel la tempestad y tan densas las
tinieblas que oscurecen los aires, que los viandantes no pueden reconocer
o evitar a alguien cercano que le salga al paso, sea amigo o enemigo.
Lo cual genera una dificultad omnímoda, por el hecho de que,
a un lado y otro, o bien amenazan profundos precipicios, o bien las
nieves condensadas están tan reblandecidas que los que llevan
cargas difícilmente pueden desenvolverse hacia la derecha o hacia
la izquierda. No obstante, y porque raramente al pie de un precipicio
se consigue una solución deseable, para guarecer a los jumentos,
abren con el esfuerzo de todos la nieve y voltean las carretas sobre
ella, hasta que logran concluir el camino emprendido: y esto lo hacen
con tal rapidez, como si se les apremiase a hacer desaparecer rapidísimamente
un incendio devorador y un molestísimo peligro: no sea que si
sobreviene una demora más larga, debida a la súbita caída
de nieves y de escarchas, vayan a llenarse los caminos y las selvas:
de modo que difícilmente pueda reconocerse qué es camino
y qué es campo.
En el hielo, en cambio, raramente o nunca se presenta alguna dificultad,
dado que todo se ofrece a los caminantes con serena uniformidad, salvo
que deben estar precavidos ante la rotura de los hielos anunciada por
medio de las señales puestas junto a la boca de la rotura. Estas
señales están indicadas con partículas de hielo
incrustadas dejadas junto a la boca de la abertura, o con plantas de
abetos, o con ramas de enebros congeladas y que sobresalen en el hielo:
y esto es respetado en una larga hilera y en muchas millas, por cuenta
y diligencia de los pescadores, para que no suceda que los viandantes
se extravíen.
En las selvas a veces se presentan obstáculos no de poca importancia,
al cerrarse el paso por ruptura o movimiento de árboles. Pues
se alzan principalmente arboledas de álamos cargados de nieve,
como arcos extendidos, a causa de la densidad de las nieves: un levísimo
movimiento de ellos hace descender sobre los viandantes una gran mole
de nieve, retardando a éstos considerablemente: más aún,
los mismos árboles, desgajados por el peso de la nieve, cortan
el paso y hacen el camino totalmente intransitable, de modo que nadie
puede procurarse la salida si no es con hachas reunidas para este uso;
lo que atestiguo haberme sucedido frecuentemente a mí y a mi
séquito.
DE LA VARIEDAD DE LAS NIEVES Y DE LOS VIDRIOS
En un mismo día y noche, se descubren quince o veinte y a veces
más formas diferentes de nieves. No menor variedad se alcanza
en los vidrios, que para contener el frío se colocan en las ventanas
de los estuarios. Y, dado que este tipo de lugares está acondicionado
contra el inmenso hielo con calor y con un ambiente templado, el frío
del exterior y el maravilloso artificio de la naturaleza hacen que aparezcan
aquellos vidrios bordados con diversas imágenes de tal modo que
cualquier artesano, habiéndolos examinado atentamente, más
bien podría admirar que imitar esta excelencia de la naturaleza.
Sin embargo, aplicado el ingenio, a partir de ellas se idean muchos modelos
para el ornato y esplendor de las casas, y son realizados perfectamente;
los cuales, sea con súplica o bien mediante pago, difícilmente
pueden ser adquiridos por otras naciones. El resultado de todo esto
es que merced a ese ingenio han aparecido muchas vasijas de plata excelentemente
fabricadas. Además, tejidos de lino y de lana y pinturas sorprendentes
y apropiadas; algo se dirá más adelante sobre las pinturas
y tejidos.
Historia de las gentes septentrionales.Olao Magno.
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