El mediterráneo es un mar prodigioso. A él se asoman
las tierras de lo que hemos venido a llamar tres continentes: Europa,
Asia y África. O si lo preferimos uno sólo: Eurafrasia.
Territorios unidos por el mar y los vientos, separados por las extensiones
interiores que los hacen inmensos. Penínsulas y cordilleras,
cabos y generosos golfos generadores de vientos y de pueblos, cadenas
montañosas que se precipitan sobre el mar en forma de sinuosos
acantilados. Hombres divididos entre el mar y la montaña, quizás
demasiado visitados por el tránsito despiadado de la historia.
Breviario Mediterráneo.
La península Balcánica tampoco es mediterránea en
toda su extensión, como no lo son del todo la Ibérica
e incluso la Apenínica. Dalmacia es mediterránea, pero
la costa oriental del Adriático no es del todo dálmata.
En el norte se hallan el litoral esloveno y el golfo de Trieste, en
el sur está el fiordo de las bocas de Kotor, vinculado a Montenegro.
Desde el punto de vista histórico, hubo dos nociones de Dalmacia,
la una amplia y la otra reducida, superior e inferior, blanca y roja,
bajo la corona croata o bajo el cetro de soberanos extranjeros, particularmente
del León de Venecia. Parece que el término Dalmacia se
refería al principio tan sólo a una parte del interior
montañoso, para extenderse luego desde el río Rasa, en
Istria, hasta Mat, en Albania. Unas veces se reducía a algunas
ciudades del Adriático central, otras le pertenecía también
el vasto territorio aledaño. En las primeras copias de los mapas
tolemaicos, en Dalmacia se incluye gran parte del Ilírico, de
Liburnía o de Bosnia. La pequeña república de Dubrovnik
pasó a formar parte de Dalmacia, apenas perdió su independencia
y se integró en las Provincias Ilíricas; Dubrovnik luego
se convertiría en otra cosa. El archipiélago de Kvarner
había estado fuera de Dalmacia y fuera quedó. Las fronteras
étnicas no existían en el pasado, y los límites
jurisdiccionales y estatales fueron transformándose a lo largo
de los siglos. Pocas épocas hubo en que el Adriático oriental
y su interior tuvieron los mismos gobernantes y las mismas leyes: casi
siempre, la costa pertenecía a unos y el interior a otros. Yendo
hacia el mar, muchos siguen considerando, a pesar de todo, que todo
el litoral es Dalmacia. Los que la conocen mejor la sitúan, más
o menos, entre las desembocaduras del Neretva y del Zrmanja, a lo sumo
hasta las murallas de la antigua ciudad de Senj.
La mayor parte del Adriático oriental es croata. Este litoral
se distingue del interior de Croacia: de la llanura de Panonia lo separa
una sierra, y de Zagreb y de Varaz-din, un dialecto. Los eslavos del
sur llegaron a los Balcanes como pueblos continentales. Una parte reducida
de sus tribus se adaptó al mar y se mantuvo junto a él.
Sus hazañas marítimas, salvo raras excepciones, no traspasaron
los límites adriáticos. Los marineros de estas regiones
salían al Mediterráneo y a otros mares izando más
banderas ajenas que propias; a veces ni sabían cuáles
eran sus propias banderas.
Es difícil, tal vez lo más difícil, hablar del pueblo
al que pertenecemos. Es imposible responder a todo lo que en estos casos
se espera que sea dicho, sobre todo en las costas mediterráneas.
Los que ensalzan demasiado lo suyo, pierden la estima de los demás.
De los eslavos del sur se sabe poco en el mar Mediterráneo, ni
siquiera sus vecinos del Adriático los conocen suficientemente.
Por otra parte, nosotros mismos tampoco hemos hecho todo lo necesario
para que se supiera más. Hemos repetido a menudo que estas tierras
estuvieron marcadas por corrientes mediterráneas: somos un cruce
de Oriente y Occidente, línea de demarcación entre el
Imperio de Oriente y el de Occidente, entre el mundo latino y el bizantino,
el ámbito del cisma cristiano, la frontera de la cristiandad
con el Islam. Nuestra cultura fue creándose en relación
directa con las culturas mediterráneas, como el «tercer
componente» entre ellas, entre las contradicciones de Occidente
y Oriente, del Sur y el Norte, de la costa y el continente, entre las
contradicciones balcánicas, las europeas y las nuestras propias.
Nosotros mismos nos preguntamos, al igual que otros, qué es lo
que somos individual y colectivamente: pueblos en la periferia de un
continente, habitantes de los Balcanes, eslavos del Adriático,
primer país del Tercer Mundo en Europa o primer país europeo
del Tercer Mundo. Podríamos ser tanto lo uno como lo otro: el
Mediterráneo no determina semejantes pertenencias.
Los albaneses son, con toda probabilidad, los indígenas de los
Balcanes. Es difícil determinar si sus antepasados fueron ilirios
o tracios, ellos tampoco lo saben con seguridad. (Más difícil
es aún determinar de dónde proviene o de quién
desciende uno, allí donde el origen motiva acusaciones mutuas).
Los tosk albaneses están más cerca del mar que los gueg:
éstos son montañeses y aquellos costeños. Aquí
también los costeños se burlaban de los montañeses
cuando se presentaba la ocasión. Las diferencias entre sus dialectos
son conocidas, aquí también los unos trataron de imponer
su idioma a los otros, cosa que sucede de la misma manera en otras partes.
Pertenecieron a varias comunidades, ajenas a caracteres y tradiciones
que ellos habían guardado y transmitido de generación
en generación. Se acercaban al mar, luego se alejaban, subían
a las montañas, bajaban a los valles, cambiaban su punto de vista
según los cambios de situación. Ganaderos y nómadas
se convertían en agricultores y, a veces, en pescadores. Como
paganos, recibieron el cristianismo. Como cristianos, pasaron al islam,
aunque también quedaron ortodoxos y católicos. De sus
vecinos tomaron la terminología marina, porque para los campos
y las praderas no la necesitaban. Una parte de ellos se mantuvo en la
costa, que esporádicamente es llana pero se resiste a la curiosidad,
y la otra se refugió en las montañas, donde los lazos
con la costa están cortados. Se separaron para conservar el pasado
común. Para los albaneses el mar es "det": esta palabra,
según parece, sólo existe en su idioma, son los únicos
en el Mediterráneo que lo llaman así.
Las orillas del mar Negro suelen excluirse del ámbito mediterráneo,
como si de ningún modo le pertenecieran. Quise averiguarlo personalmente
y me dirigí hacia las que me eran accesibles. La parte del litoral
balcánico que pertenece a los búlgaros no invitaba a la
aventura, al contrario que las orillas que están más al
sur: es, en efecto, el borde del continente. En su interior se halla
una zona montañosa, áspera: los geógrafos antiguos
la llamaban el Atlas balcánico o catena mundi. Los habitantes
de aquella región eran llamados bal-kandii. Los caminos reales
no pasaban por estas sierras, las vías romanas las evitaban.
Los ríos búlgaros cavaron sus lechos con mucha dificultad:
hacia el mar Egeo el Máritsa, el Struma y el Mesta (los visité
de paso), hacia el mar Negro el Mandra y el Luda Kamciya (Azote Loco).
Las aguas de los ríos del mar Negro, sus corrientes submarinas
hacia el Bósforo, en algunos lugares se llaman diabólicas.
Los puertos en el Danubio -Vidin, Lom, Ruse- fueron en ciertas épocas
más importantes que Burgas y Varna. Burgas tiene algo de mediterráneo
que Varna no posee. En el sur, entre las regiones que se llaman Primorje
y Primorsko (litoral), cerca del promontorio de Maslen, llamado así
por la maslína (olivo), se dan almendros, romero, tabaco rubio
y otras plantas mediterráneas.
Por el territorio donde hoy se sitúa Rumania han pasado muchos
pueblos. Sus huellas quedaron en las antiguas Dacia, Mesia y Tracia,
en propiedades griegas, en provincias romanas, en temas bizantinos.
Los indígenas se mezclaban con los forasteros, nació su
idioma, que es románico, con muchos términos griegos en
la costa y eslavos en el campo. Por esta parte de los Balcanes, a juzgar
por las fuentes históricas, se movían los misteriosos
escitas, los jázaros, los cumanos, los pechenegos y otros pueblos
de nombres extraños. Emigraban y venían a establecerse
los rumanos o anímenos, los valacos, los cincari, los chichi,
que llevarían sus ganados hasta Dalmacia e Istria. El mar Negro
no logra mitigar el invierno en la costa rumana. A dos pasos del litoral,
en Muntenia, comienza bruscamente la estepa. Oí un refrán
que refleja su relación con el mar: «prometer el mar y
toda su sal» (marea cu sarea) significa prometer el oro y el moro,
y tal vez más, en caso de que sea verdad que los pueblos continentales
tienden a prometer menos que los mediterráneos. La aceituna es
un privilegio en la mesa rumana: se llama también maslina, como
en la zona eslava. Hasta hace poco, en la costa podían verse
pescadores de origen griego o turco, ortodoxos ucranianos o rusos que
se habían refugiado huyendo del Norte: pescaban más que
los rumanos. Pero los rumanos pescaban mejor en el Danubio, incluso
construían barcos en este gran río, del que anoto el nombre
de la ciudad de Calafat. De los eslavos tomaron la palabra mreaja (red):
no se trataba, evidentemente, del tipo de red para la pesca marina.
El delta del Danubio, que se ramifica en un sinnúmero de cursos
y brazos, ensenadas, bancos de arena, islas, remolinos, preguntas sin
respuesta y enigmas sin solución, ocupó a sus habitantes
y supo mantenerlos allí. No era tampoco fácil desprenderse
de aquel delta, sustituirlo por alguna de las orillas menos favorables
del Mediterráneo.
De Odesa proviene la rama paterna de mi familia. Estuve allí varias
veces. Odesa es realmente una ciudad meridional. Se hermanó con
la ciudad de Split, en el Adriático: los balnearios de la playa
de Odesa se parecen a los de Split. Los judíos de Odesa se sentían
allí más seguros que en otras partes, mejor que en Kiev
o Lvov. Había griegos también, por lo menos hasta principios
de siglo: Odesa era cosmopolita, como todas las ciudades verdaderamente
mediterráneas. En sus proximidades está Herson, la antigua
Táuride. La península de Kerc, que separa el mar de Azov
del mar Negro, fue llamada el Bosforo Cimerio. Allí, en verano,
el mar está tibio, y en invierno no. Ríos caudalosos bajan
de tierra firme y, según he dicho ya, como corrientes submarinas
penetran hacia los Dardanelos. El mar Negro es menos salado que el de
Mármara: viven en él peces marinos y de agua dulce. En
la vertiente meridional, abrigados por los montes de Crimea, crecen
olivos, higueras, vides: en el siglo pasado alguien trasplantó
sarmientos de la isla de Madera, y de sus racimos se obtiene el vino
madera de Crimea. Feodosia sigue conservando rasgos helénicos.
Sinferopoí también. Vale la pena escuchar los coros litúrgicos
de aquella región. No estuve en Sochi. Allí se cultivan
palmeras que logran resistir el invierno. En el mar Negro hubo pescadores
valientes. Los marineros, en cambio, no tuvieron muchas oportunidades
de lucirse, de navegar hacia otras costas. En las canciones de los rapsodas
ucranianos (kobzari) la navegación casi no se menciona. Las olas
inspiran miedo. El Estado que gobernaba desde el Norte, el antiguo y
el nuevo, no se sentía aquí a sus anchas. Este mar meridional,
¿forma efectivamente parte del Mediterráneo?
Me gustaría también navegar a lo largo de las costas de
Georgia. Estuve tan sólo en su interior, el litoral no lo conozco.
Sus vinos son suaves, sus higos sabrosos, sus almendras dulces. Los
poetas de Georgia (que leí en una curiosa traducción rusa)
aman el sol, bajan con frecuencia a la orilla del mar, no sólo
a Sujumi o Kobuleti. Allí se encontraba antiguamente la Cólquide
Áurea: sus costas atraían a los navegantes más
intrépidos del Mediterráneo.
Vuelvo a preguntarme por cada pueblo cuyas relaciones con el mar trato
de presentar, hasta qué punto su historia global difiere de estas
relaciones y si se identifica con ellas: de este modo tal vez podría
determinarse el grado de mediterraneidad de cada pueblo. No sé
si todo el Mediterráneo admitiría tales jerarquías.
Breviario Mediterráneo.Pedrag Matvejevic.
|