Estremece pensar que hubo un mar de agua que se ha mutado en arena
y estremece el mar de arena .Muchos son los hombres que, como mi tío
Arcadio, han sido fascinados por el desierto, por sus misterios y sus
gentes. Algunos han determinado cruzarlo o vivir en sus bordes. Le han
prestado su voz. Arcadio hablaba con el desierto.
En muchas lenguas las palabras que se refieren a la respiración
y al viento tienen la misma raíz. El siroco es el aliento caliente
del Sahara, la respiración casi mineral de las dunas, el recuerdo
tierra adentro del sol sobre el mar.
El sonido del mar transportado por el viento y que ruge en las calles
de la Essaouira de hoy es igual al de hace doscientos años, cuando
Andrew Layton, asociado con dos franceses, Messieurs Secard y Barre,
mantenía allí un pequeño negocio de exportación.
Los tres hombres solían cabalgar a menudo por los alrededores,
acompañados por los galgos de Layton. Había muy pocos
europeos en la ciudad, por lo que esas excursiones se habían
convertido en su pasatiempo favorito.
Un día los tres salieron de la ciudad montados en sus caballos,
junto con un secretario de su negocio. En vez de rodear las dunas y
dirigirse hacia el Sur, fueron tierra adentro para huir del viento.
Su camino les llevó a pasar junto a pequeños poblados
Chleuh. Los perros les seguían aquí y allá por
el pedregoso terreno. Pasaron junto a una aldea donde hombres y mujeres
trabajaban la tierra, mientras las vacas pacían en las proximidades.
Los galgos irrumpieron en la escena y se lanzaron al unísono
contra el rebaño. Cuando cayó un ternero, un granjero
levantó su arma y abatió a uno de los perros. Los demás
se dispersaron.
Los europeos lo habían visto y se llegaron hasta allí y
desmontaron, pero antes de que empezaran a hablar, los labriegos ya
estaban arrojándoles piedras. Monsieur Barre fue quien recibió
las mayores heridas. A continuación tuvo lugar una pelea, en
cuyo transcurso Layton y sus asociados hicieron uso de sus látigos.
Luego dieron media vuelta y galoparon hasta Essaouira en un estado de
extrema indignación. El suceso era inusitado, y ultrajante según
sus criterios. Fueron de inmediato a ver al Pacha.
Para apaciguar a los europeos, con los que se hallaba en amistosas relaciones,
el Pacha les aconsejó primeramente que a partir de entonces cabalgaran
hacia el Sur a pesar del viento, en vez de hacerlo tierra adentro por
los poblados. A continuación accedió a llamar a los granjeros
agresores. Al día siguiente se presentó un grupo de ellos
en la ciudad. Se encontraban en un estado de gran excitación,
y enseguida empezaron a clamar pidiendo compensaciones. A una aldeana
le faltaban dos dientes, que, insistía, le había roto
Layton. Y una y otra vez los aldeanos clamaban justicia, en nombre de
Alá y el Profeta.
Perplejo por el giro que habían tomado los acontecimientos, el
Pacha decidió encomendar el asunto al Sultán. En su debido
momento llegó respuesta de Su Majestad, ordenando que ambas partes
se presentaran en el palacio de Marrakech.
En la audiencia que finalmente concedió el Sultán, Layton
fue lo bastante ingenuo como para proporcionar una versión honesta
del incidente. En ella admitía haber golpeado con el extremo
del látigo a la mujer en la cara, rompiéndole así
dos incisivos. Se ofreció a compensarla económicamente,
pero los aldeanos fueron inflexibles en su negativa. No habían
ido hasta Marrakech para obtener dinero, declararon. Lo que exigían
era una retribución equitativa: Layton debía entregarles
dos de sus propios dientes.
No aceptaban ninguna otra cosa.
Puesto que los aldeanos estaban en su derecho al exigir que se aplicara
la ley del país, el Sultán no tuvo más remedio
que ordenar que las extracciones se llevaran a cabo en ese mismo momento
y lugar. El sacamuelas oficial dio un paso hacia adelante, dispuesto
a empezar. Layton, aunque considerablemente desconcertado, tuvo la suficiente
presencia de ánimo como para pedir que le extrajeran las dos
muelas que últimamente le habían ocasionado problemas.
Los demandantes aceptaron la propuesta. Los dientes de atrás
son más grandes y pesados que los frontales, y consideraron que
así se llevaban la mejor parte del trueque.
La operación se llevó a cabo bajo la atenta vigilancia de
los aldeanos. Esperaban oír los gritos de dolor del infiel. Sin
embargo, Layton mantuvo un estoico silencio durante todo el suplicio.
Los molares fueron lavados y presentados a los demandantes, que se fueron
enteramente satisfechos.
El Sultán había observado todo el proceso con creciente
interés, y dispuso para el día siguiente una conversación
privada con Layton, en la que se disculpó, y al mismo tiempo
expresó su admiración por la entereza del inglés.
No podía por menos, añadió, que garantizar el cumplimiento
de cualquier favor que quisiera solicitarle su invitado.
Layton replicó que únicamente deseaba que se le concediera
una licencia para exportar de Essaouira un cargamento de grano. Su candor
y modestia llevó al monarca a tomarse un interés personal
en él, y ambos se hicieron pronto amigos.
El Emperador esperaba llegar a convencer a Layton para que aceptara el
puesto de Cónsul británico en Marrakech. Al menos allí,
argumentaba, no tendría que luchar con el viento. Pero el panorama
no atraía a Layton, que prefería continuar su vida en
Essaouira con sus caballos y sus perros. Se había acostumbrado
al viento.
Momentos en el tiempo.Paul Bowles.
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